Cocina Barroca

Durante los siglos VII y XVIII, comenzó un proceso que cambió para siempre el sabor de nuestra tradición culinaria.

A los moles prehispánicos se les añadió pimienta, clavo y canela; además de ajonjolí y uva pasa. Los chiles y las frutas se conjugaron en excelentes guisos con nombres inolvidables, como el manchamanteles. En el silencio de los conventos, una nueva tradición endulzó la cotidianidad con almendras, pasas, nuez y piñones.

En “Historia y mestizaje en México a través de su gastronomía “(Mónica Niembro, 2012) aseguran que “no hay guiso más castizo y barroco que el mole; pues en él se resumen los elementos del mestizaje, ya que lo mismo para hacer un buen mole se requiere de productos como el chocolate y el guajolote, tanto como el clavo y la canela: los primeros de la tierra, los dos restantes llegaron con los hispanos.”

No cabe duda que la conquista española trajo consigo misma un gran Bagaje cultural al igual que un sinfín de alimentos. Nuevas formas de comer y preparar nuevos alimentos fueron introducidas a la dieta mesoamericana. Este mestizaje de culturas y saberes culinarios se dio a cabo en los conventos de monjas en la etapa del virreinato desde el siglo XVI hasta el siglo XIX, en especial en la ciudad de Puebla. Dentro de estos conventos las monjas y las criadas mestizas se daban la tarea de cocinar, intercambiando entre ellas conocimientos y técnicas para dar a luz a nuevos conocimientos y técnicas. Rápidamente se empezaron a incorporar ingredientes del viejo mundo a las preparaciones prehispánicas y viceversa, creando platillos exquisitos y emblemáticos de la cocina mexicana.